ARTURO PÉREZ-REVERTE. Sábado, 23 de Enero de 2021

Diciéndoles que a los euros aún los llamo mortadelos, lo digo todo. Soy contumaz admirador del gran Francisco Ibáñez, de Mortadelo, Filemón y el resto de personajes por los que la Fundación Princesa de Asturias debería, antes de que sea demasiado tarde, apearse de su esnobismo internacional para reconocer como es debido la impresionante trayectoria del hombre que, desde Cervantes, más hizo por la lectura en España. El mayor creador de jóvenes lectores que nunca tuvimos, con ese humor iconoclasta, gamberro y salvaje que campea sobre setenta años de historia de la historieta nacional. En orden jerárquico de amores personales, no dudo: Tintín, Mortadelo, Astérix. Pero como español que soy, asumo episodios mortadelianos que lo superan todo, incluso en mis recuerdos. Nunca tuve con la agencia de inteligencia inventada por Ibáñez, la T.I.A., otra relación que la de los tebeos; pero en mis tiempos de reportero anduve tocándola de refilón. En aquel tiempo, la T.I.A. de los españoles era el CESID, servicio dirigido por un general llamado Manglano. Aún no era la organización que conocemos ahora, el CNI, que incluso ha pagado duros tributos de sangre en misiones internacionales. En aquel tiempo, y hablo de final de los 70 y principio de los 80, el CESID dedicaba parte de su actividad a la fontanería interior con métodos bastante sucios, al estilo de quienes lo dirigían y de la complicada España donde operaba. A veces, con chapuzas dignas de Ibáñez. Los azares de la vida profesional cruzaron mi camino con algunos de sus agentes. Uno de ellos, Charlie, llegó a ser amigo mío. Él sí era un espía estupendo. Nuestros intereses profesionales coincidieron a veces: necesitábamos información, él para sus jefes y yo para los míos. Así que, en plan compadres, montamos algunas operaciones bonitas. Una en Guinea Ecuatorial, conmigo y una guapa camerunesa vigilando en un pasillo mientras él fotografiaba documentos secretos. Otra, en Libia y con palestinos incluidos –de ésa obtuve una radio Sony que me regaló Gaddafi después de una entrevista–. El caso es que Charlie triunfó con sus informes, yo con mis reportajes, y los dos nos reímos hasta saltársenos las lágrimas. El problema fue cuando mi amigo se largó del CESID y sus colegas me pincharon el teléfono. Los mordí de casualidad, porque el chapuzas de turno pulsó la tecla de reproducción en vez de la de grabación, y me oí a mí mismo al descolgar. Así que acudí a Picolandia y pude darme el lujo, en presencia de un teniente coronel de la Guardia Civil, de ciscarme en la puta madre de un comandante del CESID en un hotel de Madrid, que tiene su morbo. Pero ésa es otra historia. La última cosa que hice con Charlie antes de que se largara le habría encantado a Ibáñez y sus lectores. Un agente marroquí amigo mío, que operaba en España bajo la cobertura de periodista, me había soplado la visita clandestina a Madrid de Ben Bella, un político muy importante de la oposición argelina. Me trajiné conseguir una entrevista para TVE en un lugar secreto, y cuando concerté la cita le intercambié a Charlie la información por otra que me interesaba mucho sobre los negocios africanos de un famoso empresario español. Llegamos a un acuerdo, obtuve lo que quería, y Charlie y sus jefes montaron el dispositivo de seguimiento para que los condujese hasta Ben Bella. Y ahí fue donde la T.I.A. entró en acción. No he visto en mi vida una chapuza semejante. Cuando acudí a la cita con el contacto en la cafetería Nebraska, nada más entrar vi que había más espías que clientes. Bastaba con observar los caretos y las actitudes. Mientras conversaba en la barra con el contacto, que era un marroquí muy nervioso, Charlie pasó por mi lado y me dio un codazo cómplice en los riñones que me hizo derramar el café. Luego –lo juro por mi madre–, a una espía morena que estaba dos taburetes más allá se le cayó al suelo un magnetófono; y cuando el contacto y yo salimos a la calle, se nos amontonaron detrás seis o siete Filemones empujándose unos a otros. Subimos a un coche con conductor, enfilamos la carretera de La Coruña, y al volverme con disimulo a mirar vi pegados a nuestro parachoques dos coches y una moto con la misma peña de la cafetería, morena del magnetófono incluida. Y cuando mi conductor se vio obligado a dar un frenazo, la moto nos pasó por la derecha y se cayó en el arcén, uno de los coches nos esquivó con un volantazo desesperado y el segundo coche frenó con un chirrido de neumáticos, y casi se nos estampa detrás. Lo dicho: Ibáñez, premio Princesa de Asturias. Ya mismo. No son sólo ingeniosas historietas cómicas. Porque Mortadelo y Filemón, Pepe Gotera y Otilio, el botones Sacarino, Rompetechos, también fuimos, y quizá todavía somos, nosotros.


Tu T.I.A  y tú (Una respuesta a Pérez Reverte)

JAIME ROCHA

Te he admirado y seguido desde hace muchos años. Fui un fiel y permanente seguidor de las aventuras de Alatriste que conservo con aprecio. También algunas obras posteriores me gustaron y leí con mucho interés, pero no puedo decir lo mismo de “Línea de Fuego” de la que no pasé de la página cien o de “El Italiano” que me dio la impresión de que ya la había leído. El balance, no obstante es muy positivo, hay muchísimo más bueno que, a mi juicio, malo o no tan bueno. Pero ¿quién soy yo para criticar a un  escritor tan premiado  y admirado, aunque solo sea a alguna de sus últimas obras? Un novel escritor de ochenta años que, por casualidad, ha entrado en este complicado mundo editorial contando experiencias propias noveladas que han tenido un siempre relativo éxito, nada comparable ni mínimamente, desde luego, con quien sigo admirando como escritor y persona.

Pero dentro de mi admiración y precisamente por eso, me sorprendió muy desagradablemente el artículo publicado el 23 de enero de 2021 con el título La T.I.A y yo en el que faltas gratuitamente al respeto a quien fue el creador del moderno Servicio de Inteligencia Español (CESID) al que te refieres como: “…un general llamado Manglano” así, sin más. Se nota que no le conociste ni de vista e ignoras su extraordinario y sacrificado trabajo durante catorce años acabados con muy malas artes por quienes le traicionaron al no conseguir “sus favores”.

Tú no lo sabes, pero el CESID también pagó tributos de sangre. Estábamos aun en Castellana 5 y en una sala circular había fotos de agentes que habían perdido la vida en acto de servicio.

Naturalmente que conocí a Chralie, de quien dices: “Él si era un espía estupendo” y que llegó a ser amigo tuyo. Como que los demás éramos simples aficionados, con mucha voluntad pero unos inútiles para ese delicado y arriesgado trabajo.

Pues bien, yo no te voy a hablar de los magníficos y extraordinarios profesionales con lo que trabaje en operaciones en España o la Libia de Gadafi, el que te regaló la radio Sony. A mí me hubiera obsequiado de muy diferente manera de haberme descubierto.

Después narras una operación que, como juras por tu madre tengo que creer, que, yo también te juro, en mis veintiocho años de pertenecía al servicio, nunca había visto. Es de primero de espía que los seguimientos se hacen con varios vehículos comunicados entre ellos y haciendo relevos, nunca varios juntos y además interponiendo otro vehículo ajeno entre seguidor y seguido. Lo aprendí en el Curso Básico de Inteligencia allá por 1979.

Agentes empujándose unos a otro, a una que se le cae la grabadora y local lleno de agentes. Me lo creo porque lo juras por tu madre, pero yo no he visto nunca nada ni siquiera parecido, en veintiocho años, y he tenido experiencias, tanto de hacer seguimientos como de sufrirlos.

A pesar de todo, admirado Pérez Reverte, no entiendo muy bien el motivo de este artículo que tan desagradablemente he leído. Ya sabes que nadie del CNI lo contestará jamás, son muy buenos y sacrificados profesionales que tienen que soportar en silencio tantas críticas injustas que reciben colectiva y personalmente por parte de quienes ignoran absolutamente todo de su trabajo.

Si de algo puedo presumir es de la amplia nómina de amigos periodistas con que cuento desde hace muchos años, periodistas de trinchera que nos ayudaron cuando se les necesito y a los que correspondí siempre que pude y me necesitaron.

Cada uno es libre de decir lo que quiera, por muy injusto que nos parezca, pero ¿de verdad tenías necesidad de escribir esto?