Vicente Almenara Martínez. Una de las creaciones -pero real como la vida misma de la España del XIX- del gran don Pío Baroja es la de un antepasado suyo, Eugenio de Aviraneta e Ibargoyen (1792-1872), al que dedicó el escritor nada menos que 22 volúmenes de su novela histórica Memorias de un hombre de acción.
Era Aviraneta, ante todo, conspirador, aventurero, liberal y masón y encontró a su paso vital nada menos que la guerra de la independencia frente a los franceses o el borrascoso reinado de Fernando VII. Pero pese a todo lo escrito sobre el personaje, y no solo por don Pío, como ahora veremos, no parece que esté todo dicho de él, porque siguen apareciendo nuevas referencias en estudiosos e historiadores desde hace mucho, y es que el personaje no es nítido y deja huecos y presenta opacidades que quizá nunca se desvelen del todo. Han tratado de él, como recuerda Pedro Ortiz-Armengol[1], Ortega Marañón y Azorín, que escribieron sobre el fenómeno del conspirador; también historiadores de su tiempo, como Lafuente y Pirala y, más tarde Morayta o Pérez de Guzmán, y la suma sigue con el cubano Chacón y Calvo, a mediados de los años treinta, o el profesor Marcel Bataillón en 1931. Ya en México, en 1906, se publicaron por parte de García Pimentel unas Memorias íntimas de Aviraneta, referidas a su viaje por México y Cuba de 1825 a 1829, periplo que trató el historiador mexicano González Pedrero.
Especial mención debe hacerse de Luis Larroder que, en mayo de 1925, publicó en el periódico mejicano El cronista de hogaño un artículo con recuerdos de Aviraneta en el que afirma haberle conocido cuando el autor era muy niño. Este artículo es de interés para conocer los años finales de Aviraneta, “pobre y olvidado, leyendo folletines junto al brasero, abandonado de todos menos de su tardía esposa francesa”[2]. Según este autor, Aviraneta tuvo mucho que ver con el convenio de Vergara. Lo cierto es que nuestro conspirador y espía -por cuanto pasaba información a la reina María Cristina, entre otros- luchó tanto con la pluma como con el sable, quizá más con la primera, y muchas veces con seudónimos, aunque deje descubrir quién es el autor, lo que no deja de ser curioso en un individuo que es un conspirador y que no debe darse a conocer; la explicación, probablemente, sea que no quería pasar por alto las críticas de sus numerosos enemigos.
Galdós trae a Aviraneta como uno de sus personajes en el episodio Un faccioso más y algunos frailes menos, en otros tres de la tercera serie, Mendizábal, De Oñate a la granja y Vergara, novelas escritas en el periodo 1879-1899, y en las cuatro novelas los personajes galdosianos y, principalmente el héroe de la segunda serie, Salvador Monsálud, consideran a Aviraneta con desconfianza a causa de sus andanzas. Ortiz-Almengol cree, sin embargo, que hay exageración en la desconfianza de Galdós hacia Aviraneta en el sentido de considerarle un veleta político, mientras que don Pío consideraba al agente, muchas veces doble, un cúmulo de virtudes.
Ortiz-Armengol conoció el proceso seguido en Burgos en 1810 por los franceses invasores contra el exfuncionario municipal Felipe de Aviraneta, padre de nuestro personaje, pues en 1808 había colaborado con el enemigo suministrándole víveres y también en su condición de concejal, y dos años más tarde fue sospechoso de ser “el director” de la resistencia en Burgos e inspirador de las guerrillas del cura Merino, pero nada se pudo probar y fue absuelto, aunque el jefe militar le retuvo y deportó a Las Landas, donde vivió el final de la guerra. Lo anterior, naturalmente, trajo consecuencias para el adolescente Eugenio que, en 1808, contaba 16 años de edad.
Esta documentación de los archivos de París fue vista en los años veinte por el político Manuel Núñez de Arenas que, en 1921, fue uno de los fundadores del PCE, y publicó el 19 de diciembre de 1930 en el diario madrileño La Voz un artículo bajo el título Aviraneta habla de sí mismo.
Eugenio de Aviraneta también estuvo unido a las aventuras de El Empecinado y, posteriormente, el guerrillero le recomendó que se uniera al cura Merino y le sirviera de secretario de campaña.
Ortiz-Armengol explica que su amigo y compañero diplomático Alberto López-Herce le hizo conocer que existían otros papeles inéditos escritos por nuestro hombre y que se encontraban en el archivo de la reina María Cristina de Borbón, la cuarta esposa de Fernando VII. Esta mujer, dadas las numerosas vicisitudes políticas en España, había colocado su archivo en Francia y a ella sirvió siempre fiel Aviraneta. María Cristina sufrió la caída de su hija Isabel II, que acudió también a París. La reina madre fallecería en la capital francesa en 1878 y su archivo quedó depositado en la banca Marjen, Bedel et Compagnie; según el testamento de la reina, si Fernando Muñoz, duque de Riánsares, con quien tuvo un matrimonio morganático, la sobrevivía debería destruir el archivo. La reina representó el conservadurismo frente a los liberales o, según el lenguaje de la época, de los moderados frente a los exaltados o progresistas. El caso es que, afortunadamente, el duque no destruyó ningún papel y estos quedaron vinculados, mediante codicilo al título nobiliario. La documentación fue pasando por distintas manos hasta llegar a la esposa del diplomático Alberto López-Herce.
Una parte de este legado tiene que ver con Aviraneta, que fue agente de Maria Cristina durante varias décadas, aunque resulte extraño que un liberal, masón y anticlerical trabaje tanto tiempo para una reina moderada. El continuo envío de informes y boletines que figuran en los documentos indican que existiría una pensión que le otorgaría la reina madre, es más, Larroder señala que la reina asignó a la viuda de Aviraneta, al morir este, una pensión.
Los papeles comentados son dos series de cuadernillos que constituyen unas desordenadas memorias del conspirador, desde su infancia y adolescencia hasta su vejez, escritos alrededor de 1864. Entre otros muchos asuntos, se detalla la revolución de Malaga en mayo de 1836. Pero la grafía de estos cuadernillos no parece de Aviraneta en su última época de vida. Se piensa que 11 cuadernillos no son el manuscrito original sino una de las copias que de estos ordenara hacer para enviarla a diversas personas, como fue el caso de la reina Maria Cristina, y una de estas copias es la que se ha salvado[3].
Según Ortiz-Armengol, Aviraneta está muy influido de folletines, de memorias francesas noveladas y de andalucismo excesivo cuando narra sus aventuras en Andalucía, de ahí que se deba aceptar solo lo verosímil y lo comprobado.
Entre estos papeles procedentes del archivo de la reina se encuentran unos boletines informativos que enviaba en 1840 desde Toulouse al gobierno de Madrid, llenos de nombres en clave y dirigidos algunos, según parece, a Lorenzo Arrazola, ministro de Gracia y Justicia, y después a Pita Pizarro, que había cesado el año anterior como ministro de Hacienda.
También hay unas 120 cartas escritas por el mismo Aviraneta entre mayo y diciembre de 1871 a la secretaría de la reina, informándole desde Madrid de la situación política, con fuertes críticas a don Amadeo y sus seguidores, entre otros. Pero también se encuentran algunos documentos sueltos, de 1841, de una biografía hostil de Aviraneta, debida a algún enemigo político.
Puede que sigan apareciendo viejos papeles de este hombre siempre incompleto para nosotros y del que se quedó prendado tanto Baroja como cuantos sabemos de él.
[1] ORTIZ-ARMENGOL, Pedro.- Aviraneta o la intriga.- Espasa Calpe.- Madrid.- 1994
[2] Op. cit., p. 14
[3] Op. cit., p. 20.