Jose Luis Caballero.

Hace años descubrí la famosa frase de Markus Wolf, el última jefe de la STASI, la policía política de la República Democrática Alemana. Decía la frase, emitida en una entrevista poco después de la caída del muro, “Hay más verdad en las novelas de Le Carré que en las memorias de Walter Schellenberg”.

Como todo el mundo sabe Walter Schellenberg fue el segundo en el mando del SD el servicio de Inteligencia de las SS por debajo de Reinhard Heydrich y luego jefe del servicio de Inteligencia exterior de las SS tras la muerte de Heydrich en 1942. Schellenberg pasó por el Tribunal de Nuremberg pero no se le pudo acusar de ningún crimen y solo sufrió una leve condena por su pertenencia a las SS. Tras su muerte, en marzo de 1952, se publicaron sus memorias con el título de “Al servicio de Hitler”, un texto que había estado elaborando durante su cautiverio desde el final de la guerra hasta su liberación de las cárceles aliadas a finales de 1947.

Wolf, de un modo un tanto sarcástico, ponía en duda muchas de las afirmaciones que Schellenberg hacía en sus memorias e incluso llegó a mofarse de una afirmación del nazi en la que éste afirmaba que debajo del tablero de su mesa de trabajo, en Berlín y ocasionalmente en París, tenía sujeta una Luger a modo de protección adicional. Lo que Wolf no tenía necesidad de aclarar es que Schellenberg, fiel seguidor de Heydrich y no exactamente de Hitler y jugaba con un as en la manga. De sobra es conocida su relación con Coco Chanel, la célebre profesional de la moda a la que utilizó como medio de conectar con Winston Churchill en un intento de establecer una alternativa que superara el enfrentamiento con el Reino Unido a costa de la desaparición de Adolf Hitler del escenario, algo que es sabido que no prosperó y tomó otro cariz con la Operación Valquiria dirigida por el general Erwin Von Witzleben.

A fin de protegerse de lo que hubiera sido la pena de muerte para él, como lo fue para Ernst Kaltenbrunner o Heinrich Müller, Schellenberg aireó en Nuremberg sus confusos contactos con los británicos y sobre todo su profundo conocimiento de las redes de información soviéticas en Europa, algo que el MI6 ya consideraba de capital importancia al finalizar la guerra. En el profundo conocimiento de Markus Wolf sobre la idiosincrasia de los servicios de inteligencia, no dudaba ni un momento que Schellenberg jugó con la verdad y la mentira para presentarse de ese ambiguo modo ante los jueces del tribunal de Nuremberg.

La comparación que hace Wolf de Schellenberg con John Le Carré (David John Moore Cornwell) tiene un evidente sentido. Le Carré, como Frederick Forsythe, Graham Green o Daniel Silva no pretenden, ni mucho menos, escribir una autobiografía sino que sus conocimientos de los servicios son la fuente de información que usan para sus novelas, no la plasmación de la realidad. Tan sencillo como cambiar los nombres, los escenarios o los resultados es lo que convierte en ficción algo que, básicamente, es una realidad. Si John Le Carré da a un personaje el nombre de Magnus J. Pym o cuenta las aventuras de Justin en Kenia, todos sabemos de qué está hablando y su análisis detallado del funcionamiento del servicio secreto, sin ni siquiera nombrarlo, es tan real como puede serlo de alguien que lo ha vivido desde dentro y que, no obstante, no dice ni escribe nada que se le pueda reprochar. Cuando uno lee a Le Carré o a Graham Green está estudiando historia y no cabe duda que Gabriel Allon, el protagonista de las novelas de Silva o George Smiley, de Le Carré, son personajes absolutamente reales y creíbles, mucho más que los supuestos héroes que nos retratan los libros de historia de la antigüedad o la edad media o los autores de autobiografías con el único fin de justificarse o de vender ejemplares.

Por lo que respecta a Markus Wolf, Mischa o Romeo, el autor de la frase que da pie para hablar de realidad o ficción, faltaría conocer a fondo sus propias obras (por el momento que yo sepa solo en alemán) en las que, sin caer en la autobiografía, sí que hace reflexiones sobre aspectos de su trabajo de espionaje y la política del que fue su cambiante país, la República de Weimar, el Tercer Reich, la República Democrática Alemana o simplemente Alemania. Wolf escribe lo que llama “reflexiones” en una de sus obras y en otras es capaz de escribir sobre cocina o del arte del disimulo. En ese sentido me recuerda a otros autores salidos de los servicios de Inteligencia capaces de escribir un libro de cuatrocientas páginas sin decir nada.