Fernando Martínez Laínez

Espionaje es la actividad de espiar o acechar clandestinamente para tratar de obtener información secreta de naturaleza militar, política, económica, ideológica, industrial o científico-tecnológica que afecta la defensa nacional o la seguridad nacional de un país o conjunto de países.

El espionaje según el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) supone una “actividad secreta encaminada a obtener información sobre un país, especialmente en lo referente a su capacidad defensiva y ofensiva”, y también es la actividad dedicada a obtener información fraudulenta en diversos campos. En este sentido incide también el Glosario de Inteligencia publicado por el Ministerio de Defensa de España en 2007, al calificar el espionaje de actividad sistemática de obtención clandestina de información protegida por una persona, una organización o un Estado.

El elemento esencial del espionaje es el disimulo, el engaño, la actividad fraudulenta. Sin engaño no hay espionaje, sino simple recogida de información. El espionaje suele ser una labor difícil, peligrosa y solitaria. Supone una invisible y necesaria herramienta del Estado, tanto en la guerra como en tiempo de paz, y obedece a motivaciones muy dispares: ideológicas, patrióticas, económicas, morales, religiosas o personales.

Vinculado al espionaje, como complemento intrínseco a la tarea de conseguir información secreta por medios clandestinos, existe el contraespionaje, que es la acción o servicio dedicado a impedir el espionaje del enemigo y descubrir a sus agentes.

Al abarcar campos diversos, el espionaje se suele subdividir en espionaje militar, político, industrial, estratégico, económico, etc. El objetivo primordial de cualquier sistema de espionaje es obtener información secreta para el país u organismo que lo maneja sin ser descubierto. Las principales potencias mundiales llevan a cabo el espionaje a gran escala y espían de forma continuada las comunicaciones del resto de los países del mundo, aliados incluidos.

En el lenguaje común se tiende a identificar las actividades de los servicios de inteligencia con el espionaje, y por tanto considerar espías a todos los miembros de estos servicios. Es un error, porque el espionaje es solo uno de los medios empleados para producir inteligencia, aunque su importancia resulte decisiva. El espionaje siempre será el elemento clave de cualquier tipo de inteligencia.

Los remotos orígenes del espionaje

Espiar significa observar, vigilar cautelosamente con un propósito, sirviéndose del disimulo o el engaño. Una actividad que se remonta a los orígenes de la sociedad humana. Todo aquel que ostenta un poder es consciente de la importancia que tiene saber “lo que hay detrás de la colina”; es decir, conocer todo lo relacionado con el enemigo actual o potencial: sus planes, recursos humanos, reservas y armamento.

Desde tiempo inmemorial, la información secreta es un elemento imprescindible para la toma de decisiones en el ejercicio del poder, y algo consustancial al desarrollo de la política interior y exterior bajo cualquier forma de gobierno, sea república, monarquía, dictadura o democracia. A lo largo de la historia ninguna civilización ha podido prescindir de la práctica del espionaje; acechar o conocer las intenciones del enemigo forma parte de la reglas de supervivencia de cualquier sociedad política.

Con el paso del tiempo el espionaje ha evolucionado hasta convertirse en un mecanismo esencial para el funcionamiento de las estructuras políticas, militares y económicas que rigen los asuntos mundiales. Su evolución ha estado condicionada, según las épocas, por el desarrollo científico-tecnológico y los cambios sociales, como escudo de los intereses del Estado. En la actualidad ha adquirido carácter permanente y altamente especializado y está a cargo de agencias de inteligencia y servicios secretos que forman parte del aparato gubernamental.

Se ha espiado en todos lugares y épocas, pero el espionaje de mayor trascendencia histórica es el de raíz político-militar. No se concibe el espionaje sin la existencia de un adversario, real o potencial, que implique un peligro interior o exterior.

Las primeras manifestaciones escritas sobre espionaje se hallan en Mesopotamia, y datan del III milenio a.C, cuando el rey acadio Sargón I se hizo con un territorio que abarcaba desde Siria al actual Irán. Creador del imperio acadio, Sargón I se sirvió de espías que le informaban puntualmente, y existe una tablilla, datada el 2210 a.C. y escrita en caracteres cuneiformes, en la que se dice que el rey de Acad utilizó mercaderes para que le informaran de las regiones que planeaba dominar.

Desde un punto de vista no histórico y remoto, el espionaje se refleja en mitologías y poemas épico-religiosos, y también aparece en la Biblia, cuando Moisés, por indicación de Jehová, envía a algunos hombres a explorar la tierra de Canaán. “Subid de aquí al Neguev; de allí a la montaña y fijaos cómo es la Tierra, qué pueblo la habita, si es fuerte o débil, grande o pequeño, cómo es la tierra habitada, buena o mala; cómo están sus ciudades, abiertas o amuralladas; cómo es el suelo, fértil o pobre, con árboles o sin ellos. Sed valerosos y traed algunos frutos de la Tierra.” (Números 13, 17-18).

Aunque el espionaje con fines militares se ha dado en todas las civilizaciones antiguas, es en el imperio chino donde encontramos el primer tratado militar que teoriza sobre el espionaje: el Arte de la Guerra de Sun Tzu, obra de un general chino que sirvió en el reinado de King Helú, a principios del siglo VI a.C. Casi todas las leyes básicas del espionaje están resumidas por Sun Tzu en un simple axioma: “Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo, de lo contrario contarás tus combates por derrotas.”

El tratadista chino fundamenta el espionaje en el factor humano, y habla de cinco clases de espías: el espía nativo, el espía interno (captado entre funcionarios enemigos), el agente doble, el espía que contamina la información enemiga con datos falsos y el espía encargado de transmitir los informes. “La información –dice Sun Tzu– no puede obtenerse de fantasmas ni de espíritus, ni se puede deducir por analogía, ni descubrir mediante cálculos. Debe conseguirse de personas que conozcan la situación del enemigo.” El texto de Sun Tzu se dio a conocer en Europa por primera vez en 1772, en edición del jesuita Jean Joseph-Marie Amiot publicada en París con el título de Art Militaire des Chinois.

Aunque indispensable, y siempre practicado en todos los Estados de la era moderna, el espionaje ha supuesto casi siempre una mancha de deshonor o infamia para la persona que lo practica: el espía. Pese a resultar imprescindible, la figura del espía se ha considerado con frecuencia deshonrosa e incluso ha sido despreciada por indigna.

En el siglo XVI se creó en España el cargo de Espía Mayor y Superintendente de las inteligencias, para el cual fue designado el capitán Juan Velázquez de Velasco, con el fin de coordinar las numerosas actividades secretas de la Corona hispana

Espías del siglo XX

Espía es la persona dedicada a realizar acciones de espionaje, con independencia de sus motivaciones, por encargo de alguien, sea un servicio de inteligencia o no. Según algunas fuentes, el primer antecedente de la palabra espía aparece en una Biblia del siglo IV escrita para las tribus visigodas en gótico, lengua de la que procede el inglés antiguo. En el idioma de los godos “sphaion” significaba acechar, y “spahia” era espía. El significado original de la palabra “espía” en el antiguo idioma chino es grieta, rendija, resquicio, en el sentido de atisbar, con lo cual un espía sería aquel que se dedica a observar o escudriñar a través de una ranura o agujero, lo que da una idea muy gráfica de la esencia del espionaje.

Cada fase histórica ha contado con los métodos específicos de espionaje que requerían las circunstancias, pero es en la época contemporánea cuando el espionaje experimenta avances asombrosos. El progreso científico-tecnológico y la informática aplicados al espionaje han terminado configurando una red global de vigilancia, control y defensa en la que participan numerosos países.

El siglo XX es considerado comúnmente el “Siglo de Oro” del espionaje, no solo por la cantidad y la importancia de las acciones a cargo de espías conocidos, sino también por la conmoción social y las consecuencias que produjeron durante las dos guerras mundiales y en la llamada Guerra Fría, que terminó con la caída del Muro de Berlín en 1989.

Las guerras son la verdadera piedra de toque de los servicios de espionaje y constituyen una formidable cantera de espías. Al tratarse de contiendas globales, en las que muchos países se juegan su destino, el volumen del espionaje alcanza cotas muy altas, ya que los triunfos en el campo de batalla suelen coincidir y están influenciados por los éxitos de los servicios secretos. La fortuna de los ejércitos de un país depende en gran medida de la superioridad de sus acciones de espionaje, y las victorias bélicas visibles llevan aparejadas las invisibles.

La I Guerra Mundial marcó el desarrollo globalizado de las redes de espionaje estables. De unos servicios secretos poco profesionales, se pasó a organizaciones especializadas, dependientes del estamento militar. Los departamentos militares incluían secciones propias dedicadas al espionaje y la inteligencia. Los más importantes fueron el MI6 británico o Inteligencia Militar, 6ª sección (Military Intelligence 6th section); el Nachrichtenbüro o III-B de Alemania, que dirigió magistralmente Walter Nicolai, y el Deuxième Bureau o Segunda Sección de los servicios secretos franceses.

El espionaje en la I Guerra Mundial se vio influido por el enorme desarrollo de los sistemas de comunicación y transporte y los ingentes recursos humanos y materiales movilizados. La actividad secreta funcionó con regularidad sistemática, con la participación, por primera vez en la historia, de numerosas mujeres en ambos bandos contendientes.

En la II Guerra Mundial todos los beligerantes consideraron el espionaje un arma principal y le dedicaron enormes recursos. Sus aportaciones fueron cruciales para decantar el resultado de la contienda. La victoria de los aliados se debió en gran parte a su mayor capacidad para interceptar las comunicaciones enemigas, con logros tan importantes como el desciframiento de la clave “Púrpura” del Alto Mando japonés, o de la máquina Enigma, que los alemanes, ingenuamente, consideraban invulnerable. El espionaje se basó en gran parte en las nuevas tecnologías de interceptación, aunque también surgieron nombres míticos de espías como Richard Sorge, Leopold Trepper, coordinador de la famosa “Orquesta Roja” que dirigió Sandor Radó (Dora) en Suiza, el español Juan Pujol o Rudolf Rössler. En esta contienda se produjo una gran actividad de espionaje en países neutrales como España, Suiza o Portugal, que se convirtieron en mercados de venta de información secreta, en muchos casos basada en datos falsos o meras suposiciones.

Cuando acabó la II Guerra Mundial hizo su aparición la Guerra Fría, que intensificó aún más el espionaje militar y político. En Estados Unidos surgieron la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y la DIA (Agencia de Información de la Defensa), y en la Unión Soviética el KGB (Comité de Seguridad del Estado), que combinaba sus acciones con el GRU (espionaje militar, creado en 1918), organizaciones que aglutinaron la mayor parte del espionaje en la segunda mitad del siglo XX.

La Guerra Fría fue una contienda de características básicamente secretas, y supuso la utilización masiva de espías por parte de los bloques enfrentados. La guerra en la sombra que entablaron los servicios de espionaje del bloque soviético y las potencias occidentales fue una dura lucha, con frecuencia anónima y sórdida, que duró varias décadas y cuyas consecuencias han conformado el actual panorama estratégico global. Ambos bloques mantuvieron una actividad secreta implacable en la que participaron miles de espías y agentes dedicados a la obtención de secretos estratégicos, políticos o tecnológicos.

Durante la Guerra Fría, los servicios de espionaje occidentales utilizaron ampliamente su avanzada tecnología contra el bloque soviético, con satélites de observación que vigilaban desde el espacio, y lo mismo hicieron sus enemigos. Esta tendencia se ha mantenido y perfeccionado hasta extremos inimaginables, con sistemas intensivos y masivos de espionaje y análisis de información por medios electrónicos. Hoy día, la red Echelon, en la que participan los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, es capaz de procesar automáticamente todas las comunicaciones de correo electrónico, fax, télex y telefónicas sin otra necesidad de intervención humana que no sea la recogida y análisis de los datos. Echelon funciona a escala mundial bajo la dirección de la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA) norteamericana, y en paralelo a esta red opera en la Unión Europea desde 1995 el sistema Enfopol (Enforcement Police) para interceptar comunicaciones tanto con fines militares como policiales. A estas dos redes se añade el sistema Carnivore, que maneja el FBI en Estados Unidos.

Pese a lo que muchos imaginaban, el final de la Guerra Fría no significó el término del espionaje a gran escala ni inauguró un periodo de paz y entendimiento en el mundo. El espionaje, lejos de ser una actividad en descenso, sigue siendo un elemento fundamental para la estabilidad y pervivencia de muchos países, que se ven abocados a nuevos desafíos y conflictos de carácter asimétrico, en los que la información, y su contrapartida, la desinformación, desempeñan un papel decisorio. Lo que ha cambiado en el mundo del espionaje a partir de la desaparición del bloque soviético han sido los métodos y los objetivos, pero en ningún caso los principios básicos. Los antiguos rivales siguen vigilándose y los gastos para obtener información secreta o desinformar se han disparado, sobre todo después de los ataques terroristas del 11-S de 2001 en Estados Unidos.

Con el desarrollo de las nuevas tecnologías ligadas a la era digital, el espionaje puede realizarse en muchos casos sin intervención humana sobre el terreno. Es lo que se denomina también inteligencia de señales o Sigint, dentro del cual se incluye el espionaje de las comunicaciones (Communications Intelligence) o Comint. Un campo en el cual los ordenadores y los satélites artificiales sustituyen al espía clásico. Los avances tecnológicos permiten visionar prácticamente en tiempo real cualquier acontecimiento y detectar conversaciones a miles de kilómetros de distancia. Eso permite conseguir con escaso riesgo cantidades ingentes de información, aunque la persona de carne y hueso, el verdadero espía, siga siendo un factor esencial a la hora de descifrar las auténticas intenciones y pensamiento del adversario. En última instancia los datos materiales no bastan, porque su empleo es una cuestión de voluntad, de decisión en un sentido u otro. Dependen de resoluciones humanas y requieren valoración y conocimiento humanos, más allá de lo que puedan captar las máquinas.